El 9 de julio de 1988, visitando el Museo Rufino Tamayo en la Ciudad de México donde a la sazón se exponía una colección de obras que inspiraron la obra de Octavio Paz, ocurrió que coincidí con este quien, a modo de curador de la misma, acudió a supervisarla (en realidad si no hubiera sido por la lluvia, él no se habría detenido más tiempo del necesario y el encuentro no habría ocurrido, tal vez).
Me acerqué tímido al poeta, a mi muy admirado poeta y ensayista. Yo tenía 25 años, preparaba mi tesis de licenciatura y mis ilusiones de aspirante a escritor palpitaban con frenesí ante semejante presencia prodigiosa. Lo saludé. Recuerdo aún la suavidad de su piel, el cálido y sutil apretón, franco y a la vez distante de su mano, la brillante y penetrante mirada azul de sus ojos, la vivaz y fogoza melena entrecana enmarcando un rozagante rostro inquisitivo y dulce.
Intercambié algunas palabras, solicité su intermediación para publicar en Vuelta, o al menos su guía y crítica. Me dijo que enviara mi trabajo a la revista, cosa que hice días después para no saber más de nada.
Ese día escribí un "poema" dedicado a él. Ignoro que habría pensado de su calidad, o simplemente de mi atrevimiento. Como ocurre con muchos de mis poemas jamás lo publiqué, hasta ahora.
El día que murió Octavio Paz impartía cátedra en la Universidad Iberoamericana, una de mis materias más queridas "Arte como medio de Comunicación" e íntimamente relacionada con mi tesis Estetica y Comunicación; en busca de una actitud estética. No di clase, imbuido de una gran tristeza opté por dedicar la clase al poeta, leí un par de sus trabajos y a modo de humilde homenaje a ese recuerdo entrañable, me atreví a leer mi poema ante mis estudiantes que me miraban azorados, incrédulos, aburridos, conmovidos, agradecidos, por las razones del momento de ocio que les brindé.
Ahora, a diez años de su muerte acaecida el 19 de abril de 1998 no quiero dejar pasar más días antes de terminar el mes más significativo de mi vida, luego del de mi nacimiento, sin compartir con el mundo mi sentimiento. Como dije en otro espacio, no hay fotografía ni más registro oficial del encuentro que mi memoria y este poema. Tómalo o déjalo, estimado lector, como mi verdad íntima y exclusiva.
En otra entrega sabrá el público los motivos adicionales para esta anterior aseveración.
Me acerqué tímido al poeta, a mi muy admirado poeta y ensayista. Yo tenía 25 años, preparaba mi tesis de licenciatura y mis ilusiones de aspirante a escritor palpitaban con frenesí ante semejante presencia prodigiosa. Lo saludé. Recuerdo aún la suavidad de su piel, el cálido y sutil apretón, franco y a la vez distante de su mano, la brillante y penetrante mirada azul de sus ojos, la vivaz y fogoza melena entrecana enmarcando un rozagante rostro inquisitivo y dulce.
Intercambié algunas palabras, solicité su intermediación para publicar en Vuelta, o al menos su guía y crítica. Me dijo que enviara mi trabajo a la revista, cosa que hice días después para no saber más de nada.
Ese día escribí un "poema" dedicado a él. Ignoro que habría pensado de su calidad, o simplemente de mi atrevimiento. Como ocurre con muchos de mis poemas jamás lo publiqué, hasta ahora.
El día que murió Octavio Paz impartía cátedra en la Universidad Iberoamericana, una de mis materias más queridas "Arte como medio de Comunicación" e íntimamente relacionada con mi tesis Estetica y Comunicación; en busca de una actitud estética. No di clase, imbuido de una gran tristeza opté por dedicar la clase al poeta, leí un par de sus trabajos y a modo de humilde homenaje a ese recuerdo entrañable, me atreví a leer mi poema ante mis estudiantes que me miraban azorados, incrédulos, aburridos, conmovidos, agradecidos, por las razones del momento de ocio que les brindé.
Ahora, a diez años de su muerte acaecida el 19 de abril de 1998 no quiero dejar pasar más días antes de terminar el mes más significativo de mi vida, luego del de mi nacimiento, sin compartir con el mundo mi sentimiento. Como dije en otro espacio, no hay fotografía ni más registro oficial del encuentro que mi memoria y este poema. Tómalo o déjalo, estimado lector, como mi verdad íntima y exclusiva.
En otra entrega sabrá el público los motivos adicionales para esta anterior aseveración.
O.P. (9/julio/1988)
Admirado prófugo del agua
profuso verdor en soledad
di —si aún guardas fortaleza—
di, describe tu fineza
analiza tu certeza
critica la musicalidad del verso tuyo
¿redomado?
¿sutil?
¿espurio?
Cuán empalagoso y refutado
cuán profundo entre tu fama
O.P. vuelve en ti
despierta a la política austera
escapa a la liviandad ególatra
obtenida en la altura
vive la tierra
perece en la lengua en el habla
parlante discreto
huye del juicio histórico
de la página enciclopédica
y vuelve O.P.
o qué, ¿no hay marcha atrás?
…Y existe eso nombrado poesía
que luego se hace eco
y yo repito
y muchos repetimos
secos
entre ensayos y lamentos
lesos...
Punto aparte. Dos días antes del fallecimiento del poeta, afligido por su estado de salud escribí otra audacia irreverente con él en la memoria:
LIBRO (17/abril/1998)
Era importante decírtelo,
a ti mi hermano Sol,
mi hermana Luna,
pues eres pozo y receptáculo
dádiva humana para la memoria divina
Por ti transcurren las vidas
de seres vueltos ideas
de ideas encarnadas en seres
que esperan
el movimiento de mi pupila para
guiñar al tiempo
el devenir de la Palabra.
Cierto es que no acaricias,
que no escupes a no ser
mediante metáforas
que atrapadas en tu blancura
empapelada pero también
es cierto que sin más eres
nada, apenas un conjunto
mamotreto mudo
ennegrecido en el alma.
Dependes de mí, de mis manos.
Son estas las que insultan
las líneas que te cortan en trazos
de ilusión; de argumentos
que muestran al pensamiento
de lo que capaz
es la imaginación.
Letra tras letra,
construyendo mundos,
marcando la pauta para que UNO
descubra entre rimas
o entre versos que demonios
expulsan.
Luego, diez años más tarde (27/abril/2008)
añado, continúo, añoro,
vertiendo ansias tras el recuerdo.
Te apareces
con tus palabras
entre tus silencios
en Paz, ¡oh!...
mudo y sin embargo estentóreo
radical, arbóreo,
azaroso, a modo de tímido obituario
dejado al viento
hasta otro instante
cuando la libertad de mi palabra
deje la insipiencia.
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