Durante su estancia en la Isla del Socorro, Beggar Mayo aprendió a caminar, a sentarse, a comunicarse, a orientarse, voló inclusive. En su primer intento por surcar los aires nuevos, falto de control sobre sus movimientos, sencillamente voló y voló y voló... hasta perderse en lontananza. Afortunadamente todo quedó en un mal sueño, porque en el mundo que habita Beggar la reencarnación es un hecho y la inmortalidad es una regla. Cada paso mal dado puede ser reconstruido en una ocasión futura como si no hubiera sucedido.
Como ocurre con toda criatura en sus primeros días, semanas y meses, su memoria era flaca aún y constantemente debía ensayar y errar. Sería con el tiempo que perfeccionaría las habilidades básicas, otras únicas y exclusivas; y ya no digamos las especiales, algunas compartidas con los otros seres que aparecían y desaparecían a su vista.
Pobre en recursos, su ansia de abrirse camino en esta segunda vida lo llevaba a saludar a todos los que se le cruzaban, pero solo de unos cuantos obtenía respuesta. La mayoría aceptaba de buen grado admitirlo en su círculo de amistades, pero el carácter solitario y tímido de Beggar lo orillaban a tener reservas en el trato con los demás. Quizá demasiadas para el gusto de algunos, mas el temor natural ante lo desconocido y sobre todo ante los otros, sin contar la dificultad para expresarse en distintas formas de balbuceo, refrenaba los impulsos de Beggar quien, habiendo sido un limosnero de amor en su primera vida, en esta esperaba prodigarlo a manos llenas.
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