El retrato me resultó familiar, me sacudió hasta lo más hondo del alma. Trajo a mi momentos muy dichosos de mi vida, y algo más: un deseo incontenible de formar parte del cuadro, la verificación de que Dios existe y los anhelos pueden cumplirse, al menos por un instante.
En semanas recientes esa ha sido mi visión del futuro: semejante belleza que irradia el fragor de la pasión; semejante aparición que transporta al remanso de la paz eterna y provoca al hombre más vulnerable quedar infatuado, sometido a los designios del destino.
¿Su nombre? Lo desconozco. En mi marcada timidez rota solo y eventualmente, como suele ocurrirme rara vez, por el impulso de tener que expresar mi impresión, distraje mi mente de la plática en que me hallaba en ese momento, no me importaba nada más que encontrar las palabras justas, exactas, suficientes para decir, "hola, aquí estoy y soy... su ferviente admirador ahora y siempre". Barrunté unas frases en un trozo de papel, me levanté de improviso para sorpresa de mis acompañantes, me disculpé atropelladamente por interrumpir los sagrados alimentos de semejante nivel de mujer y volví a encerrarme en la triste realidad.
¿Me llamará? ¿Leerá estas líneas? Quién puede asegurarlo.
Por lo pronto, mi alma se sintió tocada por una revelación: los sueños pueden hacerse realidad. El resto, el resto el tiempo lo dirá. Si fue un encuentro fortuito, de una única vez, ¡gracias, Dios! Si topé con el cimiento del futuro, ¡gracias, Dios! Como sea, ha revivido mi esperanza.
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