13 de marzo de 2012
Mírame, mujer,
volar sobre tu cuerpo,
rasarlo con la huella
de mi aliento.
Mírame volar
y no me pierdas,
átame a tu pensamiento.
El amor no nace del trato,
sino de la imaginación febril.
El amor no germina solo en abril,
sino es árbol de hoja perenne.
El amor crece con el tiempo,
se escribe en la carne y el sentimiento.
¿Por qué no me permiten volar
esas pretenciosas buenas conciencias
tozudas en su insistencia
de decirme que solo soñarte
es estulticia, que solo
solo
suponer que me amares es
de mi razón una forma de descarte?
¿Por qué mantenerme con grilletes,
menospreciando mi vocación por tus labios
so pretexto de un realismo irredento,
por el cual negarme la posibilidad
de ser bendito por tu causa, monumento?
Cada día que pasa esta, aquella,
la propia, la otra,
la que dice quererme,
la que pretende conocerme,
hacen el esfuerzo por calzarme
al molde de la circunstancia.
El pragmatismo indica que la Luna
de queso no es y tampoco existe
el hombre que la mora;
que las vacas no vuelan ni la brincan
y la pálida faz cacariza
del astro adolescente
no es más que vulgar superficie
arenosa ceniza,
penetrada no por el deseo
de ardientes meteoros,
sino por cósmicos accidentes.
Me conmina la práctica gente
a no despegar los pies de la tierra
para alcanzarte a ti,
mujer de mis sueños,
para no morir en falaz guerra
feliz entre tus brazos,
en un mundo que para nos
poema a poema pergeño.
Que baje del pedestal
a tu figura idolatrada,
cuando no otro puede ser
el más adecuado lugar
para mi musa y vestal.
No todas las mujeres son iguales,
lo sé y lo concedo;
y hay "bodrios" (cito algún señalamiento),
sí, que presumen (y no miento)
una belleza interna sin símil,
cuando son iguales
o peores que esas otras
beldades esculturales
sobre las que mi aspiración apunta;
o qué, ¿no son también mujeres
con casi las mismas motivaciones
ya en la cama como en el aire?
¿Es necesario concebir la vanidad
cual burdo sinónimo
de impertérrita hoquedad?
No soy feo ni guapo,
ni rico ni pobre,
tan estúpido y sagaz
como cualquiera.
Fui joven.
Ya no lo soy tanto.
Nunca he besado
y lo confieso,
para ti, así como te sueño,
me he guardado.
Yo no tengo más dinero,
sino la costosa moneda
por mi verbo acuñada,
factor de cambio que mi lengua deposita
en la bóveda del ansia
por tus piernas resguardada
en lingotes de silencio.
Una cosa tengo clara:
hombres y mujeres hermosos deben
por fuera
esforzarse para parecerlo
por dentro;
hombres y mujeres más agraciados
por dentro,
deben esforzarse para resultar atractivos
allá afuera.
La clave está en entender:
unos y otros son (somos) simplemente humanos,
cada cual mezquino y pusilánime a su manera,
aún bajo la máscara de la excelencia.
Y si la bella compite con el feo
para ser el centro de atención,
el bello compite con la fea
para justificar su dicha con razón.
Por eso, verde mujer
de mis verdes miradas habitáculo,
te haré una cama de versos
y te cobijaré,
aún en la distancia,
con estos alados besos.
Pues sé que si hoy eres ajena,
por lo menos a mis versos,
mañana, un mañana venidero,
tu vista centrarás en estos
afanes míos,
y harás realidad el espectáculo
por el que estaremos
tú y yo en el tálamo
dichosos, ilesos,
siendo
un ejemplo más
de la excepción
confirmatoria de la regla.
Y ¡mírame!, mirame en el poema,
rumbo a tus ojos volando,
mírame adentrarme en tu boca
cual palabra impronunciada.
Mírame
navegar hacia tus brazos,
cual cometa
timoneado por el hilo de tus lazos.
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