7 de abril de 2013
"Don Quijote de la Mancha" por Honoré Daumier (1808-1879) |
en este momento
lloro.
Y sé
por qué
lloro, Sancho.
Decidme la razón, señor.
Allá adelante,
fiel escudero
tal vez halle
el fin más certero.
No digáis eso, amo.
Mira los ojos de esos gigantes,
de esos disfrazados de sensatos molinos
para ocultar sus grandes brazos,
sus aviesas intenciones
para quienes pasen a su lado
cuales humildes viandantes.
Veo en sus miradas el rencor,
el afán por impedirme llegar
al encuentro de mi dama.
Les he escuchado desde aquí.
¿Qué dicen, mi señor?
Están tramando estrategia
con la cual burlar
mi bravura y entereza.
Uno dice por lo bajo
que soy un pobre enajenado.
No hagáis caso, mi don.
Seguramente no han sabido
lo que aloja usía en su corazón.
Temo, sin embargo, Sancho,
que ni Rocinante ni yo
podamos contra tales artimañas,
que mi lanza quede troncha
en la red de subterfugios y marañas
con que planean acortarnos paso.
Pero usted es más inteligente
y más osado, mi señor.
Sólo pensar en mi dama Dulcinea
tiene la potencia para darme
en esta ardua lid empeño suficiente.
Debo llegar a ella, sea como sea,
pero...
Lloro,
Sancho,
lloro.
Secad vuestras lágrimas
y recobrad el donaire,
ya veréis que a esos demonios
los acabará la falta de aire.
Lloro,
Sancho,
lloro.
Y dudo.
De pronto el cielo me ha mostrado
en la sombra proyectada
la figura triste de un caballero
que podría huir en desbandada
y lloro,
temo a ser cobarde,
a ceder a la maledicencia
de esos que a la orilla del camino
nos miran con recelo.
Nos miran con envidia, digo.
Y más a mí que tengo la fortuna
de ser el paje de tan digno
y afamado caballero.
Lloro,
Sancho,
lo reconozco.
Me rehúso a morir
bajo las aspas del olvido,
a ser la sombra ignota
de un amor nunca pretendido.
¡Ande ande!
Vaya con honor a su destino.
Y recuerde que en cayendo
pronto llego a levantarle
para que retome
de la justicia el camino.
¿Qué sería yo sin ti,
mi buen Sancho?
¿Qué sería yo sin usted,
mi lloroso amigo?
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