8 de agosto de 2014
He probado ya con el zumo del limón de tus ojos,
también lo intenté macerando
a la memoriosa cebolla
hasta extraerle el lechoso llanto
y lo he mezclado con el vinagre
de tus caderas de manzana.
Probé ungirme con el gel del áloe vera
del modo que en las noches sin tenerte
en el sueño unto las estrellas
con la esponja húmeda de tu boca.
Empero mis manos están manchadas.
Estas parduzcas manchas me hablan,
me cuentan de olvidos y omisiones,
de caricias nunca dadas
que la piel acumula día con día
del modo como el poema suma
verso a verso el silencio de la rima
que se duele por no poder nombrarte mía.
Mis manos están polutas,
pero son tan pocos los surcos.
Araños se confunden con sutiles arrugas.
La tierra no ha quedado bajo las uñas.
Son manos vírgenes y sin embargo manchadas.
Las han manchado las esperas,
salpicaduras de verdes miradas,
ayes no correspondidos,
pecados imaginarios,
la desnudez de esporádicas putas tan putas
como ocultas son y han sido las secretas
historias enterradas en las entrelíneas de sus vidas
A mis manos las ha manchado la sangre,
la derramada por mi madre;
mis manos han triturado a la muñeca,
la muñeca de mi madre
en el afán de comulgar con sus huesos de oblea
y hallar en su perdón la razón de mi existencia.
Tengo el tiempo entre mis manos
y lo froto con fruición de enajenado,
con la ansiedad del solitario,
con la melancólica necesidad del eremita
y hago el amor al viento
hasta quedar mis manos así, contraídas,
conteniendo el alarido del deseo.
Manchadas. Mis manos… Las ves manchadas.
Con la huella de la labe de mis ansiedades.
Con la mácula oscura de mis necedades.
Berrendas, mis manos quieren cogerte
y zaherirte en lo más pudendo de tus vergüenzas.
Mis manos están mancilladas
por causa de la tinta enamoriscada,
la que las ensucia con imágenes de cuerpos
cuales verbos y palabras copulando
que sin embargo al conjugarse se desencuentran;
con gemidos de silencios que no se comunican
por hallarse ocupados en la distracción
de saberse deshonrando al pensamiento.
Tallo, exfolio mis anhelos en ellas
con la piedra pómez arrojada por mis ardores.
La vía láctea se desborda si a la noche masturbo
y deja mis manos tiznadas
con los restos de mañanas que ya no
serán más mañanas.
Tengo las manos manchadas
como el dictador,
como el activista,
como el santo o el esclavista,
como el hereje que soy,
las tengo sucias de anatemas,
con la mácula de los años ah negados;
cada lentigo solar es remembranza
de las quemaduras,
las obtenidas apenas abrazarme a tu cintura.
No obstante las marcas en el dorso,
las palmas de mis manos lucen limpias,
en sus líneas corren los ríos: de la Fortuna,
de la Vida, de la Cabeza, del Corazón;
acampan en sus llanuras
la Luna, Saturno, Venus, Marte,
dejan en los huecos rastros las presas
del mismo modo que aquel beso
el que quedó
prendido
a la orilla de tu boca, en la comisura;
pero lo que no han podido, ni la razón
ni manchas ni azar ni certezas es asegurarte
entre mis manos,
aun manchadas pero mías,
tan siquiera un instante para amarte,
tan siquiera un ápice como intento…;
conseguirte cada que lees mi mínima poesía.
Y es que has sido como el minuto que pasa y pasa
entre los dedos y escapa escapa;
has sido como el agua que se escurre
por las rendijas y al final deja mi piel seca seca,
y perdura
con escasos resabios de rocío esperando
evaporarse por virtud del calor de mi calor;
como la ausencia que de mis manos se ase
al eco de tu prístino y cándido amor, amor;
al tilde que pringa en el verbo el acento
cuando digo que mis manos manchadas están
y las únicas culpables de su estigma
son ni más ni menos mi locura, tu cintura.
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