9 de agosto de 2014
Es evidente, salta a la vista:
tienes dos muy buenas
pero muy buenas razones
para darme tantas y tantas veces
los motivos con los que justificar
este querer que nos desata.
La primera radica en tu pecho.
Ahí, entre palpitaciones,
ha conseguido acomodarse mi pluma,
ahí ha rozado tus nervios mi largo largo verso,
y desde ahí, en la forma de furtivo beso,
ha recorrido mi lengua
los círculos conjugados de tu verbo.
La segunda puede parecer más baja,
si se la mira con perspicacia.
Me refiero a tus sensuales labios,
hogares del deseo.
Por causa de esa razón he perdido la cordura,
he pretendido hallarme frente a ti,
de hinojos, humillado debajo de tu cintura.
Pero tú, con esas mismas razones
y que has negado una y otra vez
sin importar mis devaneos,
sin dar el justo valor a mis denuedos,
más la distancia que separa mi nave de tu costa,
has hecho de mis ansias sinónimo de tus silencios.
¿Cuándo me darás tus razones?
No lo sé. Mientras tanto solo
me queda imaginarnos juntos
y haciendo uno de dos corazones.
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