Poesía fabril

15 de diciembre de 2014
Son la piedra y el uso del hacer
lo que afila la herramienta;
por eso en este tomarte
para amarte
entre mis manos,
con la caricia de mis dedos
voy afilando y asentando tu querer.

Pues si eres la pluma que en mis condenas se viene,
en el huso de tus verdes ojos yo me enhebro,
me hago de tus sueños el telar
y con hilos de silencios entretejo
el milagro de mi amar.

El ancla de los versos suelto
en la verde mar de tus mirares
y habiendo sido de mi forja poética
hierro una vez candente,
hoy en el fondo de tu alma
hace de tu piel arena donde fija mis amarres.

Martillo, golpe a golpe, mis deseos
por ti;
porque si en la oscuridad tras de mis párpados
te veo,
en la fragua y el yunque de mis ansias
pongo a arder la punta
de la flecha con que he de penetrar
tu cuerpo de conciencia puta.

Insensibles, las pinzas de tus piernas
me atenazaron, por ahora,
al menos menos de una decena de veces
y poco más de más de una hora.
Y la herramienta de tu boca
deglutió mis besos para hacerlos
el nutriente de tu vida loca.

El oficio de poeta puede ser ingrato.
Las palabras no agradecen
que aun en ripios se las cierna.
Los signos ortográficos no agradecen
la atención prestada a su función.
Los lectores no agradecen
—o lo hacen muy raramente—
el tiempo del ocio dedicado a este negocio
de trazar líneas y líneas
de ferroviarias correspondencias de la mente,
trenes y trenes de letras
con finalidad de romper
algo más que el rato.

Son la piedra y el uso del hacer
lo que afila en el papel
mi pretexto y tu estadía.
Lo callado y lo contado
son lo que hacen mi poesía.

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