2 de mayo de 2015
el santo se me vaya al cielo…
Cierto día decidí
detenerme a explorar el estribillo
y otro opté por hacerme langosta
y así plagar con mis besos
las parcelas de tu cuerpo.
Cierto día decidí
que hacerme hombre no era bastante,
tenía que convertirme
en algo más que un mero remedo,
en más que rima que mueve a grima
por la sola y pertinaz insistencia
de en poesía ah venirme.
Cierto día decidí
dejar de lado las fórmulas
y las recetas y omitir consejas
de esas que dan los facultativos poetas,
entonces decidí hacer del porvenir siguiente
simplemente no uno más sino otro día.
Cierto otro día decidí —como optara antes—
hacerme verbo y más,
transformarme en hilo
y urdirme sigiloso, tenso,
una y otra vez
en los lizos de tu cuerpo
para tramar así el delicado gobelino
con los colores de mi soledad e ingenio.
Otro día descubrí el que,
cuando uno decide es otro
quien toma la decisión ulterior, definitiva.
Entonces comprendí: la voluntad no es sino
una ilusión más, simple espejismo
por el que los hombres creen
ser del Todo que y dominio.
Cierto otro día
dejé de elegir,
me abstuve de todo menos de desearte,
pues el anhelo al que me impeles
es fuerza que me compele
a tomarte así sea por la fuerza,
ceder a la tersa textura de tu piel
y tejerme punto por punto en tu belleza,
ese mi patrón textil,
lo único que me hace virtuoso en vez de vil.
Cierto día, ya sin posibilidad de la elección,
quedé nada más como palabra suelta
al viento, silencio extraviado, oración…
Grano entre la arena en la tormenta…
semilla de león esperanzada
de poder arraigar entre tus dunas, ahí…
en tu seno crecer oasis, pozo
saberme rebosante
y, amante, derramado en ti.
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