6 de julio de 2015
Vino a mi memoria
el día cuando conocía a las gemelas rojas.
Canela y Vainilla llegaron a mí
con su fino y escultural talle
ataviado con la frescura
del rumor de la arboleda
condimentando los aires del valle.
Canela, espigada, con sus voces temerosas.
Vainilla, un poco tímida, acompañándola afanosa.
Ambas, provocación que en mi alma hizo historia.
Vinieron a mí sus aromas.
Las ansias desatadas en mi piel
por la textura de sus formas derivaron silencios,
ecos de sonrisas reverberantes
tras sus montañas, respiración,
impensado pretexto para soñar yo, oh ingenuo,
la posibilidad de enterrar
entre sus raíces mi amor perpetuo,
siendo a sus verdes ojos más que pasajera brisa.
Vinieron a mí las tentaciones.
Canela y Vainilla incitaron en mi carne
las ansias duras de mi tronco.
Imaginé a Vainilla a él prendida,
siendo flor anclada en el instante.
Y así imaginé también a Canela,
cual arbórea belleza sin la cual,
todo bien y todo mal
hacen de mi soledad quietud
espacio, tiempo, cuerpo, andar despacio sin amante.
Pero así como llegaron no volvieron.
Las dudas marchitaron sus pétalos.
Hicieron en mí senda las huellas de sus posibilidades.
Estas manos pretendientes
quedaron otra vez a la espera
de alguna deliciosa especia nueva
quizá más a mí que a mis saberes aspirante.
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