31 de octubre de 2015
Mi calaverita tiene hambre
y ha de saciarse con tu lengua
descarnada por la acción del beso
y mi palabra hecha fiambre.
Este seductor Diablo deshuesado
anda por tu calle triste y solo,
en espera de la incauta
que lo chupe todo todo.
En la entraña del verso
el signo yace putrefacto,
los gusanos ortográficos
descomponen al silencio terso.
Vino la parca por el poeta
y quedó con las falanges vacías,
pues ya se le adelantaron
dos que tres musas mías.
Mi calaverita tiene hambre
y suelta maldiciones aquí y allá.
En el cuarteto sus canillas
semejan Letras Libres de pelambre.
Mi calaverita hoy no tiene ni obedece
razón que la rima o la métrica indiquen,
porque el silabario y la norma pican,
y el deseo en el sexo ausente escuece.
Llévame ya, Muerte, al lado de mi amada.
Mira que muero con mortal sutura
hecha con Nexos en el hemistiquio de mi estrofa
y esta mística agonía hace cuenco la mirada.
La carne es débil y ya el tiempo
de su cuerpo pretende arrebatarme del Proceso;
siendo vida, a la mar la luna coge
y, como Siempre, me encierra en su húmedo averno
donde rompiendo en quinteto ay peno.
Metropolitanos indicios de fantasmagóricos espectros
pueden leerse en las intrincadas arácnidas redes
tejidas Sin Embargo con girones de temáticas
de prensas enterradas en las tumbas de los rectos.
En el panteón de tus labios, Caneca mía,
va secándose mi ingente verbo hasta ser pura ceniza.
Y aun habiéndome adentrado en tu idiomática matriz
ya nada más queda tu verde, atlética y fértil lozanía.
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