Puesta mi osamenta
entre tus manos, Parca ya
succionas de mi hueso el tuétano.
Entre tus fauces me deshago
y, en medio de estertores,
voy muriendo ansioso
por esa tu costumbre cruenta
de hundir mi vida en tus amores.
Me ocasionas larga y dolorosa agonía,
y yo soporto, flaca, tu crueldad.
Roes mi deseo y yo asciendo,
por tu deseo insaciable a la gloria.
Endemoniada catrina, amada mía,
quién me hubiera dicho en verdad
que yacer en tu lecho tanto sería
como anunciar echando venablo
las visitaciones del Diablo.
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