6-7 de julio de 2016
que el Dios está entre nosotros
y es hijo del lobo y la heredera
del empecinado, sufrido ancestro obrador.
Marcha con paso lento por esos reales caminos,
por esas calles y esas sendas
las que se adentran en el México bravo,
en el México de sí mismo olvidado.
Con vocación de arriero, por bueyes llevado,
transporta sueños, la esperanza a sus molinos.
Alza su voz y su dedo y su ceja
y, obseso, como Juárez deambula;
de su pastoral empeño no ceja.
Su ideario traza fundamento maniqueista.
Su anquilosada política por iracundia lo pierde.
Viniendo de la tierra del verde,
guiando con la izquierda, por la derecha rebasa populista.
Aquellos lo tachan de loco, politicastro;
esos más de allá lo veneran;
unos por su hablar lo vituperan,
otros por su causa le erigen altar a la morena.
En la boca de poetastros
se hace rayo de sol, prístino derivado
de un ayer cuando la razón dejaba rastro.
Mas hoy es la locura la que hace indicios
de una rima convertida en histórico vado.
El Santo Andrés montó en su teatro.
Como ayer hiciera Tespis,
con su carreta indicó el sendero a la tragedia,
pero en Chiapas y Oaxaca el pueblo ay tan agraviado
solo vio de su discurso agudo drama, triste comedia.
Es, sin duda —qué razón, Hécuba—, Afrodita
la afrentosa causante de la humana locura.
San Andrés, cual Penteo, con su nombre va
predicando, clamando —según Tiresias—
las penas oh México que por el despeñadero te esperan.
De profética misoginia,
el apóstol ve en el báquico rito femenino
los motivos por los que aferrarse
de las magníficas Bacantes,
sin caer en cuenta que serán ellas, profesoras amantes,
quienes volubles habrán de destrozarlo fino.
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