14 de diciembre de 2016
Yo no quiero bajarte las estrellas o la luna.
Tú ya me ganaste en mi furtivo, bestial intento.
Ahora ellas alumbran cautivas la noche que tú
te atreviste a capturar en tu mirada.
Así que ahora no se trata de traer del cielo
los prodigios que ya te adornan,
sino de extraer desde tu boca
el aliento de la Diana cazadora.
Triunfaste sobre mí aun antes
de pretender yo transportarme siquiera
al lado oculto de esa luna en tu mirada.
Si he de conquistar su faz y clavar en ella
este orgullo que mi afán ondea,
sé que ahora la tarea consiste en trazar
las líneas del sortilegio con las que atar
a mí ese níveo cuerpo
donde hoy tu alma lunar habita.
Dicen que la luna no está hecha ni de queso,
sino en todo caso está llena de miradas
perdidas en la búsqueda de respuestas, por eso
yo no quiero hacer lo que otros tal vez podrían,
pues sabiendo que la luna está en tu mirada
de poco tirar lazo al viento me valdría
cuando entiendo que bajo tu piel palpitan
esas respuestas que yo tanto echo en falta
y cuando ya en tus cráteres resguardas mis secretos.
Yo no quiero bajarte la luna y las estrellas.
Yo lo que quiero es adentrarme
en ese ignoto universo que se adivina
más allá de la frontera
de tus formas bellas;
extraviarme engullido cual si luz atraída por tus labios
y hacer del blanco de la luna el apasionado verso,
puntual camino por el cual volverme el sol
cuyo ardor halle en ti, mi luna, su mejor reflejo.
Para qué quiero bajarte astros,
cuando el reto es ascender a ti, mi luna,
para tenderte en este lecho de palabras y cambiar
por virtud de tu presencia mi fortuna.
Porque no hay luna más hermosa al amar
sino la que destella en el verdor de tu café mirar.
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