Dime verde, fruta madura
sujeta a la rama vibrante
de la admiración palpitante;
árbol del deseo que perdura.
Arraigado a breve cintura
de mi Sulamita incitante,
prendido a seno rutilante,
gozoso pierdo mi cordura.
¿Cómo es que tú, verdemontaña,
extraes del varón el aliento?
¡Mírame ya en tu telaraña!
Contrito, excitado, presiento
extraviarme en tu honda entraña.
¡Diosa, pon en mi boca tu acento!
NOTA: Ofrezco mis respetos a la dueña de esta fotografía, musa del presente soneto. Procuro, en atención a los derechos de terceros, cuidar las ligas de los materiales. La foto originalmente estaba con liga directa al sitio de donde la tomé. La propietaria decidió eliminarla de su sitio por razones muy comprensibles y que secundo. La contacté directamente para solicitar su permiso, porque mi soneto, sin ella carece de fuerza, queda en sólo palabras, que si bien es mucho y bastante para expresar el sentimiento, en este caso son palabras con destinatario específico.
Espero que la dueña de la imagen entienda mi prurito como yo el suyo: me mueve la más prístina admiración.
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