MUJER AJENA

¿Que cómo escribo?
¿Que cómo me atrevo?
¿Que por qué a ti?
¿Que por qué tu nombre
y no el de aquella o es'otra?
¿Que sería en tu conveniencia
más prudente disfrazarte
y tras tu máscara, en conciencia,
seguir mi amor a ti, disimularte?

Que no eres libre,
aduces, ¿tú!,
¿la que es ave
en su esplendor,
golondrina viajera,
gaviota al garete,
nube,
seña de viento alado,
cariz;
que salta al capricho,
sube
por su solo arbitrio
entre brazos
de enramadas,
entre troncos, feliz
calandria, mujer de ahora,
juguetona entre el follaje?
¿Tú! ¿Atada a los celos del carcelero!
¿Tú resientes de mi amor el celaje,
cuando ni de tu aliento hoy persevero!



Ah, mi mar
tan venerada,
¡tan seguro estoy
de ti!
¡tan segura estás
de mí!
¡tan incierto está el
franco celo
de aquel que hoy
te ata!,
que como escribo
le incomoda
que pues a ti dedico
mi palabra
y pensamiento
y sentimiento
que por que tu nombre
tan piadoso,
santificado y compartido
con aquella y es'otra
hace de mi obra alineamiento
al horizonte de tus labios,
¿por esa nimiedad
al silencio
tan solo
me condenas?
Mejor que tome mis palabras,
si no encuentra las propias,
para decir lo mismo
que otrora yo diríate
si te me apropiaras.

Equivocada estás si crees
que el olvido se logra por decreto,
que el corazón entiende de razones,
que mi alma sin la tuya,
apenas descubierta,
sencilla silueta denudada,
se comprende como si completa.
Porque sabes mi secreto:
que tú faltas en mi sueño,
que me piensas resistiendo,
que suspiras
por un rostro
superpuesto.
No, mi mar tan ajena
como mía,
preciso es decir,
para que no temas,
que pues de la mano
te sé de otro
derrotero
en tu aventura
me distancio,
yo me alejo,
con los ojos,
con el cuerpo
y aun antes
ya te añoro
porque necio a tus besos
no los dejo al desdoro.

¡Viene la turba! ¡Viene de nuevo!
Historia parece ser que se repite,
viejo capítulo de mi existencia.
Con los puños como piedras
espeta, ordena, suplica, inquiere
con intención que diga lo contrario
de lo que mi corazón quiere.
Mas no cejo, no olvido, aún palpito
cuando entre tus brazos me miro,
cuando entre tus brazos me derrito.
¡Diga misa
la muchedumbre!
Ambos sabemos,
más allá del nuestro
afán, que, si fundirnos
hemos, sólo Dios
lo dictará;
que pues, aun franco
siendo ni mía,
ni de otro
ni de aquel eres, pues
tu voluntad requiebra,
nave a la deriva,
en busca del diestro
piloto capaz
de conducirla
al puerto do la paz, amada, se celebra.

Como Ulises, la voz de las sirenas desoigo,
y, fiel, atado a ti, mi timón,
con la sola fuerza de mi fe,
con el firme velamen de mi palabra,
guío mi proa hacia ti, corazón,
mi Penélope, la que aún no amé.

Urde y reurde
tus recuerdos;
mañana, a tu playa,
tal vez, llegue
náufrago de ti,
si no soy preso
de las olas de mala laya
que a Calypso llevan.
Mañana, tal vez,
de mano de Minerva,
a tu lado mire
a mis rivales vencidos
por la certera
lanza de la verdad
de un amor a solas
que a tu mirada, con palabras, desahogo.

Si aquel no puede, yo sí.
Si aquel no sabe, yo sí.
Si aquel no alcanza, yo sí.
Si aquel no llega, yo sí.
Si aquel se ufana, yo no.
Si aquel poseerte presume, yo no.
Si yo libero, aquel sujeta.
Si aquel absorbe, yo empapo.
Si aquel libera, certifico.
Si aquel besa pronto, yo, lento, abraso.
Si aquel, en fin, ama, a mí qué más,
qué otra cosa puedo hacer yo,
mar tal, alma mía, sino adorar,
sino construirme desde la idea,
reinventarme y más
desde el cimiento
mismo de tu seno,
desde la pasión
con que ahora explico
esta devoción inicua
para unos,
esta devoción bendita
para el poeta
que arremete
verso a verso,
no contra tu interés,
vil saeta,
nunca contra tu voluntad
asechanza,
jamás contra tu dignidad
perverso,
siempre en la esperanza
de que en algunos
futuros días amarme habrás.

¿Que cómo escribo?
¿Que cómo me atrevo?
¿Que por qué a ti?
¿Que por qué tu nombre
y no el de aquella o es'otra?
¿Es necesario, aún preguntas,
nombrarte luego
que en la memoria instalada estás!

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