22 de abril de 2011
Hoy, Viernes Santo
(sin menoscabo de ningún credo,
no busco escandalizar
ni faltar al respeto),
cualquiera de esas cruces féminas,
sueños vanos que a la vera de mi gozo desfilan
podría ser la que mi ideal perfila
para morir clavado.
¡Llévame mujer
por ese tu camino de besos
al Calvario!
Déjame en tu vientre huerto
orar fervientemente
para caer en tu tentación,
porque la carne es débil
y el espíritu está dispuesto.
Crucifícame, ay, Gólgota de mi cariño,
en el centro de tus colinas
y véame a mí en tus ladrones ojos,
cual redentor de tus pecados.
Azota con el látigo de tus miradas
mis flaquezas, mis caídas,
y palabras en procesión
atestigüen el modo como las espinas
de tu amor laceran
la corona de mi pensamiento.
Sean brazos como estos,
los tuyos, mi piadosa Martha,
las cadenas que me aten
a mi penitencia.
Con tu virginal piel-manto cúbreme de gloria;
enjuga, oh, dulce Verónica,
con el paño de tu rostro,
mi semblante atribulado;
sacien esta sed ojos verdes
aún dándome a beber de su vinagre.
¡Por favor!, sepúltame en ti,
oh, santo sepulcro de mi consciencia,
úngeme con tu llanto y tu sonrisa,
ah, sí, ¡tú!, mi revelación
divina en cuyos labios encomiendo mi espíritu;
dime tres palabras
solo tres a solas
y solo, por ti, ¡resucitaré!
¡Resucitaré!
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