29 de marzo de 2014
La melancolía,
la nostalgia,
me han invitado a la lidia
y aquí estoy con ellas,
papel y pluma en mano,
versos de luces ataviados
y deseo evidente, abultado.
Abiertos los toriles
salen las astas del encierro.
Doy capotazo a izquierda,
luego remato con derecha.
Surge el viento bajo el nombre
de verónica vuelvo
al revés me alejo del solitario
centro
y me refugio entre las piernas
de las tablas a la sombra
de los brazos de mi querencia.
Siendo como soy
villamelón en esto de los amares,
me apresuro a enterrarte la idea,
con tal suerte que el estoque te hiere hondo,
el quejido del placer resuena, ¡olé!,
eco de vítores en redondel.
Así, matándote cobro de ti rabo,
obtengo premio al susurrarte "te amo"
y corto de ti las dos orejas
para que no quede más que memoria.
Habiendo hecho con cuadrilla
el inicial paseillo,
ahora, luego de terminado el acto,
veo tu cuerpo lánguido
dejando huella del arrastre
que de nuestro encierro
hizo, más que cartel, historia.
Sin embargo, yo tampoco salí ileso.
El verdor de tu mirada
por un instante me distrajo
y por tal causa tú a mí,
brutal, ardientemente,
me hubiste, como nunca, cogido,
atravesándome el corazón,
de pecho a espalda,
y tal fue la herida
que hoy, por ti, mi alma,
yazco sin morir, de amor muriendo,
en el lecho de nuestro tendido.
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