A riesgo de que se ofendan dos o tres buenas conciencias, que lleguen incluso a bloquear esta publicación considero necesario reflexionar alrededor de esta hermosa foto de mi musa, amiga y ojalá más Gabriela Quintero, estrella porno.
Lo importante no es la imagen o la identidad u oficio de la retratada. Lo importante es la belleza en sí misma. La belleza del cuerpo humano, en este caso de la mujer, dadora de vida. ¿Por qué nos ofende y avergüenza tanto nuestra piel? Incluso el motivo por el cual nos nutrimos de manera elemental, el pezón que nos surte de la leche y del placer, así en la infancia como en la madurez, nos inquieta al punto de querer apartarlo del sentido de la vista con tal de no sentirnos o mostrarnos infatuados.
La censura es la consecuencia de la estupidez humana resultante de la invención del concepto imbécil del “pecado”.
Yo entiendo los principios morales que sostienen la determinación de no “corromper” a nuestros infantes y jóvenes con distorsiones sobre la idea que nos hacemos de lo humano, pero esos principios morales y su perversión en la forma de normas de contrato social que solo disfrazan la hipocresía que nos sustenta olvidan lo que nos es connatural.
La pretensión soberbia de considerarnos más que simples bestias ha provocado que olvidemos nuestro origen desnudo (Desmond Morris, si te leyeran más). Nacemos desnudos, amamos desnudos, morimos desnudos. Las prendas de vestir, con los siglos, las hemos transformado en una metáfora de nuestra vergüenza más que en la extensión tecnológica de nuestra piel.
Desde un punto de vista estético, parece que no nos bastan la luz y las sombras acariciando un seno, un rostro, perfilando un talle. Tenemos que idolatrar religiosamente ya más que la forma y estructura que nos compone, la apariencia construida con los velos colocados sobre la percha.
La imagen de un pecho saludable tranquiliza, pero también es un llamado al goce y la prevención que implica la autoexploración, la autocomplacencia. Cómo nos pesa y peor, cómo pesa en los otros (llevados por ¿la envidia?) complacernos con los efectos de cada sentido.
Sí, puedo imaginarme con la mano extendida abarcando amorosa o hasta lascivamente el seno ofrecido a mi vista; pero también esta imagen puede ser un acicate para recordarme la saludable necesidad de revisar los indicios que pueden anunciar al cáncer.
El verdadero amor a uno mismo no comienza en un tema espiritual de conformidad con las emociones que me embargan y constituyen, sino empieza con la aceptación de las virtudes y defectos que en mi físico puedo tener.
Aquí, la mirada provocativa de mi Gaby, sus labios entreabiertos son una invitación a adentrarme no nada más en su cuerpo, sino para fantasear con la posibilidad de hacerme huella en su carne.
Hay quienes se molestan porque me etiquetan en fotos como esta o porque me atrevo a publicarlas aquí o mis otros sitios. Yo lo agradezco, sea que me etiqueten o me las envíen por correo (inbox), pero no por las razones “morbosas” que puedan suponer tales o cuales, sino porque me resultan una redundante retroalimentación y recuerdo de lo esencial y estéticamente humano.
Cuando he tenido ocasión de poner mi casa para sesiones de fotografías de desnudo (ojalá fuera más frecuentemente) he podido confirmar mi vocación por la sensualidad, tope donde tope, a veces solo en una placa fotográfica, a veces (las menos) en el lecho.
Amo al cuerpo humano. Amo al cuerpo femenino. Amo las formas esculturales, así las femeninas como las masculinas. Amo la posibilidad de la fusión de las almas tras la fusión de las pieles.
Escribo alrededor de mis musas por causa del deseo. Porque las deseo ferozmente, pues no las tengo; porque no se me dan, porque ellas, musas al fin, divinas, se me niegan aunque alguna íntimamente abrace por mí las mismas eróticas intenciones y ganas.
Porque uno desea lo que no tiene, lo que le falta, lo que carece.
Porque el día que yo tenga la fortuna de tenerlas, al menos a una, a la determinante de mi sino, comenzaré a desear ya no tanto lo evidente como lo esencial, lo invisible para los ojos mas no para el corazón.
Todos comenzamos por desear lo carnal y terminamos por desear lo espiritual; nunca al revés. Quien diga o pretenda enseñar lo contrario miente y no acierta a construir el verdadero significado de lo humano. Por eso soy de la idea de que primero ha de propiciarse la entrega en cuerpo para que luego, la entrega en alma, sea más significativa ya librada del básico prurito que da pie a mi siguiente poema como a otros tantos.
Eso
2 de septiembre de 2015
Eso que ocultas a mi vista
nutre algo más que a mi boca,
alimenta mi imaginación loca,
sacia y comienza mi sensual lista.
Eso escondido tras tus dedos
trasforma mi rima
y en mis sentidos se enquista
y lleva a la forma convexa
a ser congruente con la concavidad de mis ansias.
Eso redondo, duro, oscuro, erguido
llama desde la vergüenza a mis labios blasfemos,
hace a mi lengua girar con húmedas metáforas
más semejantes a deseosas caricias.
Eso que de mí aparta tu mano
me invita a soñar con las horas siguientes
al nacimiento de mis afanes.
Sella mis silencios por pronunciar,
llena mi garganta con onomatopeyas placenteras.
Eso que ocultas a mi vista
es motivo para llamarte mi cielo,
es la fuente de mi vía láctea,
fundamento del ya olvidado, pretendido soneto.
Eso que corona tu pecho
apunta a la razón de mi desvelo.
Es orbe que se ajusta a mi palma,
carnal territorio sobre el que yo, por ti, gobierno.
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